Los cristianos afirmamos que nuestra existencia actual forma parte de un gran designio de Dios.
La solemnidad de Todos los Santos (TODOS, canonizados o no) y el recuerdo de nuestros familiares, amigos, conocidos difuntos, nos invitan a meditar éstas que son las últimas palabras de nuestro Credo: «Creo en la vida eterna».
Y al hacernos, una vez más, las preguntas radicales que se plantea, más o menos conscientemente, todo ser humano: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?
Nuestra actual vida mortal, como la misma Encarnación del Hijo de Dios, sólo tiene sentido si está encaminada a la resurrección.
«Si la carne no hubiera de salvarse, el Verbo de Dios no se habría hecho carne» escribía en el siglo II San Ireneo.
En efecto, ¿por qué habría asumido el Hijo de Dios una humanidad carnal si luego debía abandonar esa humanidad a la corrupción?
El mensaje cristiano no habla sólo del pasado. Está inscrito en el pasado, concierne al presente y nos abre al futuro. La persona está hecha de estas tres dimensiones. Una vida humana sin futuro, sin esperanza, no tiene sentido.
Por eso en este día, recuerdo, especialmente, muchos nombres, caras, momentos compartidos (buenos o malos), sonrisas, miradas, gestos, detalles de sus vidas,… de familiares, amigos, conocidos, que ya nos están en este mundo… pero sí están, siguen estando en la Vida… y con los que un día me reencontraré.
A todos ellos, les doy las GRACIAS por haber formado parte de mi Vida.
© Fotografía: Marc-Olivier Jodoin.
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