Elisabeth Kübler-Ross nació en 1926 en Zurich (Suiza), y aunque sus padres esperaban que fuera “una simpática y devota ama de casa suiza”, lo cierto es que terminó siendo “una tozuda psiquiatra, escritora y conferenciante del suroeste de Estados Unidos” de prestigio mundial.
Autora de numerosas obras, todas ellas relacionadas con la muerte, las personas moribundas y los cuidados paliativos, temas de los que está considerada, probablemente, la mayor experta mundial.
Mi acercamiento a ella ha sido a través de “La rueda de la vida”, su autobiografía y testamento espiritual. En él, de forma sencilla y ágil, va relatando su vida, deteniéndose en los momentos más importantes y en esas “casualidades” que fueron conformando lo que le dio el sentido a su vida.
Desde muy temprano, y en contra del ideal de su padre, sintió la vocación de estudiar medicina: “¿Qué mejor que sanar a las personas enfermas, dar esperanza a las desesperadas y consolar a las que sufrían?”.
Aún siendo estudiante, visitó como voluntaria del Servicio Internacional de Voluntarios por la Paz algunos de los campos de exterminio nazi tras la guerra, y ahí fue cuando se despertó en ella el interés por la muerte.
En aquel dramático escenario, le sorprendió ver que las paredes de los barracones estaban llenas de dibujos de mariposas. Este hecho le afectó profundamente, y tomó el símbolo de la mariposa como emblema de su trabajo, ya que para ella la muerte era un renacer a un estado de vida superior; como la transformación que sufre la mariposa después de salir del capullo, así es nuestro paso por esta vida a la vida después de la muerte.
Finalmente, en 1957, se licencia en medicina por la Universidad de Zurich, y al año siguiente se muda a Nueva York tras casarse con su novio americano.
En un principio, ella quería especializarse en pediatría pero diferentes vicisitudes le llevaron al campo de la psiquiatría.
Ya como residente con pacientes con enfermedades mentales y más tarde, con enfermos terminales, se sintió horrorizada por el trato que recibían en los hospitales, especialmente la dejadez y el aislamiento de las personas moribundas. Se dio cuenta de que lo único que necesitaban era saber que otro ser humano se preocupaba por ellos.
Y así, en contra de lo establecido en la época y con el rechazo de sus compañeros, decidió sentarse cerca de los pacientes, dedicarles tiempo, atención y escucharles:
[piopialo]“Escuchando, llegué a saber que todos los moribundos saben que se están muriendo. No es cuestión de preguntarse «¿se lo decimos?» ni «¿lo sabe?». La única pregunta es: «¿Soy capaz de oírlo?».”[/piopialo]
Queriendo dar voz a los “sin voz”, empezó a impartir seminarios donde participaban enfermos terminales que hablaban abiertamente de su situación y de cómo la vivían, dirigidos especialmente a estudiantes de enfermería, medicina y otras profesiones relacionadas con la sanidad.
Poco a poco, fueron cogiendo fama y a ellos asistían muchos estudiantes, transformando el quehacer de los cuidados paliativos y, hoy día, forman parte de la formación de los estudiantes de medicina de muchos países.
Siguiendo con sus investigaciones en el campo de la muerte y las personas moribundas, en 1975 publicó una serie de entrevistas y testimonios de personas que habían vivido unas ECM (experiencias cercanas a la muerte). En ellas, estas personas hablaban de la muerte como una experiencia agradable, maravillosa, y del reencuentro con personas amadas ya fallecidas antes.
Estos estudios sobre el más allá le acarrearon las críticas de sus colegas médicos, pero nunca le importó, ya que tras entrevistar a miles de personas en trance de muerte, no tenía dudas acerca de la supervivencia del alma después de morir.
Llegó a la conclusión de que “para llevar una buena vida y así tener una buena muerte, hemos de tomar nuestras decisiones teniendo por objetivo el amor incondicional y preguntándonos: «¿Qué servicio voy a prestar con esto?».”
Durante años viajó por numerosos países dando conferencias y seminarios sobre la experiencia de morir y escribió diversos libros que le dieron fama mundial.
Después de uno de estos seminarios sobre “La vida, la muerte y la transición”, recibió la carta de una madre que había asistido a él, y a la que hacía tres años había fallecido su hija de seis años. La carta (página 326) es realmente conmovedora; en ella le cuenta el calvario que había sufrido y cómo, después de participar en su seminario, había entendido muchas cosas y su vida había cobrado un nuevo sentido.
En 2004, y tras varios ataques de apoplejía en los últimos años que le fueron imposibilitando, la doctora Elisabeth Kübler-Ross falleció.
Es un libro de los que digo yo que “se beben”, emocionante a la vez que, en ciertos momentos, desconcertante. Un libro de los que marcan un antes y un después, o al menos, para mi.
Me quedo con esta célebre frase suya, cargada de sentido y esperanza:
[piopialo vcboxed=»1″]“Morir no es algo que haya que temer; puede ser la experiencia más maravillosa de la vida. Todo depende de cómo hemos vivido. Lo único que vive eternamente es el amor”.[/piopialo]
© Fotografía de cabecera: David Clode
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